lunes, 8 de diciembre de 2014

El samurai, el monje zen y el gato.

Erase una vez, hace mucho tiempo un fiero y sin embargo devoto samurai. Un día se encontraba pescando cuando sacó del río una magnífica carpa. En ese momento un gato surgió detrás suyo y le birló el pescado. Poseído por una repentina furia, con los reflejos y la rapidez propios de los de su clase, sacó su katana y de un mandoble partió al gato por la mitad. Al instante se arrepintió: había dado muerte a un ser vivo de forma innecesaria.
En la batalla, su deber como el de los otros guerreros a los que se enfrentaba, era matar o morir y así lo aceptaba, pero ahora el gato no representaba ningún peligro para él, de hecho ni siquiera necesitaba pescar para comer, lo había hecho sólo por entretenerse.
Trató de desechar esos pensamientos como una tontería, pero poco a poco el remordimiento se fue apoderando de él: empezaba a oír al gato constantemente en su cabeza, ¡miau, miau!. El rumor del viento y del arroyo transportaban “miaus”. La gente hablaba con él en maullidos; de noche, si dormía, sólo soñaba con”miaus”. En la batalla, el enemigo atacaba profiriendo sonoros “miaus” y los gritos y lamentos de los heridos eran lastimosos “miaus”. Hasta que llegó un momento en el que él mismo se había transformado en un gran y penoso “MIAU”.
No pudiendo soportarlo más, acudió a pedir ayuda a un templo cercano. El monje le contestó: “tú eres un guerrero, ¿cómo has podido caer tan bajo? La única solución para lavar tu honor es que te hagas sepuku (harakiri) aquí y ahora mismo. Sin embargo, soy monje y siento piedad de ti: cuando te abras la barriga te cortaré la cabeza con tu katana para ahorrarte sufrimientos.”
El samurai se preparó sin más dilación para la ceremonia, se arrodilló y apoyó el puñal contra su cuerpo. En ese momento el monje le preguntó: “¿Oyes ahora los miaus?”
-“¡Oh! No, ¡ahora no los oigo!” Contestó el samurai.
-“Entonces no es necesario que mueras.”

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