Cada que me es posible, les recuerdo esta parte de un libro de Carlos castaneda a los que estan en mi clase de jiu-jitsu, es una leccion que aplica a la perfeccion cuando uno quiere aprender este arte tan increible.
También tuve la sensación de que todos tenían más o menos la misma edad, pero don Juan parecía mucho más viejo, aun cuando daba la impresión de ser infinitamente más fuerte.
También tuve la sensación de que todos tenían más o menos la misma edad, pero don Juan parecía mucho más viejo, aun cuando daba la impresión de ser infinitamente más fuerte.
-Creo que ya ustedes saben que de toda la gente que he conocido, Carlos es el que más se consiente a sí mismo -les dijo don Juan con la más seria expresión-. Es aún peor que nuestro benefactor. Les aseguro que si hay alguien que toma los vicios y pecadillos en serio es Carlos.
Me eché a reír, pero nadie más lo hizo. Los dos hombres me miraron con un brillo extraño en los ojos.
-Ustedes tres van a hacer un trío memorable -continuó don Juan- el más viejo y sabio, el más peligroso y misterioso y el más arrogante y pervertido.
Ni así rieron. Me escudriñaron hasta hacerme sentir incómodo. Por fin Vicente rompió el silencio.
-No sé porque lo trajiste a la casa -le dijo a don Juan en un tono seco y cortante-. No sirve para nada. Ponlo afuera, en el patio.
-Y amárralo -añadió Silvio Manuel.
Don Juan se volvió hacia mí.
-Ven, vamos afuera, al patio -dijo en voz baja, señalando con un movimiento lateral de la cabeza la parte trasera de la casa.
Era más que obvio que yo no les había caído nada bien a los dos hombres. No supe qué decir. Realmente estaba enojado y resentido, pero en cierta forma mi estado de conciencia acrecentada aminoraba esos sentimientos.
Salimos de la casa al patio trasero. Don Juan recogió tranquilamente una cuerda de cuero y me la enroscó alrededor del cuello con tremenda velocidad. Sus movimientos fueron tan ágiles y tan rápidos que un instante después, sin aún haberme dado cabal cuenta de lo que pasaba, quedé atado del cuello, como un perro, a uno de los pilares de concreto que sostenían el pesado techo del pórtico trasero.
Don Juan meneó la cabeza de lado a lado en un gesto de resignación o de incredulidad, y volvió al interior de la casa, mientras yo le gritaba que me desatara. La cuerda estaba tan apretada a mi cuello que me impedía gritar fuerte, como me hubiera gustado hacerlo.
No podía creer lo que me estaba sucediendo. Conteniendo mi furia,traté de desatar el nudo de mi cuello. Estaba tan compacto que las hebras de cuero parecían pegadas con cola. Me rompí las uñas al tratar de desatarlas.
Tuve un ataque de ira incontrolable y gruñí como animal impotente.Agarré la cuerda, la enredé en mis antebrazos y jalé con toda mis fuerzas,apoyando, los pies en el pilar de concreto. Pero la cuerda era demasiado dura para la fuerza de mis músculos. Me sentí humillado y con miedo. El temor me produjo un momento de sobriedad. Me di cuenta entonces de que la falsa aura de razonabilidad de don Juan me había engañado.
Estudié mi situación con toda la objetividad posible y vi que no había otra salida más que cortar la cuerda. Empecé a restregarla frenéticamente contra la afilada esquina del pilar de concreto. Pensé que si la podía romper antes de que cualquiera de los tres hombres saliera de la casa y viniera a la parte de atrás, tendría la oportunidad de correr a mi carro y escapar a toda velocidad.
Resoplé y sudé restregando la cuerda hasta casi cortarla. Luego apoyé un pie contra el pilar, envolví la cuerda en los brazos y la jalé con desesperación hasta que se rompió. El impacto me aventó al interior de la casa,arrojándome de espaldas a través de la puerta abierta.
Don Juan, Vicente y Silvio Manuel estaban parados en medio del cuarto aplaudiendo.
-Qué manera más dramática de entrar en una casa -dijo Vicente y me ayudó a levantarme-. Me has sorprendido. No pensé que fueras capaz de tales explosiones.
Don Juan se acercó y deshizo el nudo, de un tirón, liberando mi cuello del pedazo de lazo que lo rodeaba.
Yo estaba temblando de miedo, cansancio y furia. Con voz vacilante le pregunté a don Juan por qué me estaba atormentando así. Los tres rompieron a reír. En ese momento no parecían figuras amenazantes.
-Queríamos ponerte a prueba, para ver qué tipo de hombre eres en realidad -me dijo don Juan y me condujo a uno de los sofás y, con toda cortesía, me invitó a sentarme.
Vicente y Silvio Manuel se sentaron en los sillones, don Juan se sentó frente a mí en el otro sofá.
Me reí nerviosamente, pero ya sin temor. Don Juan y sus amigos me miraban con franca curiosidad tratando con desesperación de parecer serio.Silvio Manuel movía la cabeza rítmicamente, sin dejar de mirarme. Sus ojos estaban fuera de foco, pero fijos en mí.
-Te amarramos -don Juan continuó- porque queríamos saber si eras simpático o paciente o despiadado o astuto. Descubrimos que no eres ni lo uno ni lo otro. Eres más bien colérico, arrogante y pervertido, tal como yo había dicho que eras.
-Si no te hubieras entregado a tu violencia, por ejemplo, hubieras notado que el formidable nudo de la cuerda que tenías alrededor del cuello es falso. Se deshace, con un simple tirón. Vicente diseñó ese nudo como truco para engañar a sus amigos.
-Rompiste la cuerda. No tienes nada de simpático -dijo Silvio Manuel.
Guardaron silencio por un momento; luego se echaron a reír.
-No eres astuto -continuó don Juan-. De lo contrario habrías abierto con facilidad el nudo y huido con una valiosa soga de cuero. Tampoco eres paciente. De serlo, habrías gemido y llorado hasta darte cuenta de que había un par de tijeras colgadas en la pared. Hubieras cortado la cuerda con ellas en dos segundos y te hubieras ahorrado tanto esfuerzo y tanta angustia.
"Por lo que hemos visto de ti, no se te puede enseñar a ser violento ni obtuso. Ya lo eres, pero puedes aprender a ser despiadado, astuto,paciente y simpático".
-Ustedes tres van a hacer un trío memorable -continuó don Juan- el más viejo y sabio, el más peligroso y misterioso y el más arrogante y pervertido.
Ni así rieron. Me escudriñaron hasta hacerme sentir incómodo. Por fin Vicente rompió el silencio.
-No sé porque lo trajiste a la casa -le dijo a don Juan en un tono seco y cortante-. No sirve para nada. Ponlo afuera, en el patio.
-Y amárralo -añadió Silvio Manuel.
Don Juan se volvió hacia mí.
-Ven, vamos afuera, al patio -dijo en voz baja, señalando con un movimiento lateral de la cabeza la parte trasera de la casa.
Era más que obvio que yo no les había caído nada bien a los dos hombres. No supe qué decir. Realmente estaba enojado y resentido, pero en cierta forma mi estado de conciencia acrecentada aminoraba esos sentimientos.
Salimos de la casa al patio trasero. Don Juan recogió tranquilamente una cuerda de cuero y me la enroscó alrededor del cuello con tremenda velocidad. Sus movimientos fueron tan ágiles y tan rápidos que un instante después, sin aún haberme dado cabal cuenta de lo que pasaba, quedé atado del cuello, como un perro, a uno de los pilares de concreto que sostenían el pesado techo del pórtico trasero.
Don Juan meneó la cabeza de lado a lado en un gesto de resignación o de incredulidad, y volvió al interior de la casa, mientras yo le gritaba que me desatara. La cuerda estaba tan apretada a mi cuello que me impedía gritar fuerte, como me hubiera gustado hacerlo.
No podía creer lo que me estaba sucediendo. Conteniendo mi furia,traté de desatar el nudo de mi cuello. Estaba tan compacto que las hebras de cuero parecían pegadas con cola. Me rompí las uñas al tratar de desatarlas.
Tuve un ataque de ira incontrolable y gruñí como animal impotente.Agarré la cuerda, la enredé en mis antebrazos y jalé con toda mis fuerzas,apoyando, los pies en el pilar de concreto. Pero la cuerda era demasiado dura para la fuerza de mis músculos. Me sentí humillado y con miedo. El temor me produjo un momento de sobriedad. Me di cuenta entonces de que la falsa aura de razonabilidad de don Juan me había engañado.
Estudié mi situación con toda la objetividad posible y vi que no había otra salida más que cortar la cuerda. Empecé a restregarla frenéticamente contra la afilada esquina del pilar de concreto. Pensé que si la podía romper antes de que cualquiera de los tres hombres saliera de la casa y viniera a la parte de atrás, tendría la oportunidad de correr a mi carro y escapar a toda velocidad.
Resoplé y sudé restregando la cuerda hasta casi cortarla. Luego apoyé un pie contra el pilar, envolví la cuerda en los brazos y la jalé con desesperación hasta que se rompió. El impacto me aventó al interior de la casa,arrojándome de espaldas a través de la puerta abierta.
Don Juan, Vicente y Silvio Manuel estaban parados en medio del cuarto aplaudiendo.
-Qué manera más dramática de entrar en una casa -dijo Vicente y me ayudó a levantarme-. Me has sorprendido. No pensé que fueras capaz de tales explosiones.
Don Juan se acercó y deshizo el nudo, de un tirón, liberando mi cuello del pedazo de lazo que lo rodeaba.
Yo estaba temblando de miedo, cansancio y furia. Con voz vacilante le pregunté a don Juan por qué me estaba atormentando así. Los tres rompieron a reír. En ese momento no parecían figuras amenazantes.
-Queríamos ponerte a prueba, para ver qué tipo de hombre eres en realidad -me dijo don Juan y me condujo a uno de los sofás y, con toda cortesía, me invitó a sentarme.
Vicente y Silvio Manuel se sentaron en los sillones, don Juan se sentó frente a mí en el otro sofá.
Me reí nerviosamente, pero ya sin temor. Don Juan y sus amigos me miraban con franca curiosidad tratando con desesperación de parecer serio.Silvio Manuel movía la cabeza rítmicamente, sin dejar de mirarme. Sus ojos estaban fuera de foco, pero fijos en mí.
-Te amarramos -don Juan continuó- porque queríamos saber si eras simpático o paciente o despiadado o astuto. Descubrimos que no eres ni lo uno ni lo otro. Eres más bien colérico, arrogante y pervertido, tal como yo había dicho que eras.
-Si no te hubieras entregado a tu violencia, por ejemplo, hubieras notado que el formidable nudo de la cuerda que tenías alrededor del cuello es falso. Se deshace, con un simple tirón. Vicente diseñó ese nudo como truco para engañar a sus amigos.
-Rompiste la cuerda. No tienes nada de simpático -dijo Silvio Manuel.
Guardaron silencio por un momento; luego se echaron a reír.
-No eres astuto -continuó don Juan-. De lo contrario habrías abierto con facilidad el nudo y huido con una valiosa soga de cuero. Tampoco eres paciente. De serlo, habrías gemido y llorado hasta darte cuenta de que había un par de tijeras colgadas en la pared. Hubieras cortado la cuerda con ellas en dos segundos y te hubieras ahorrado tanto esfuerzo y tanta angustia.
"Por lo que hemos visto de ti, no se te puede enseñar a ser violento ni obtuso. Ya lo eres, pero puedes aprender a ser despiadado, astuto,paciente y simpático".
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